El caso es que durante aquellos meses, después de atravesar la nieve y el lodo para llegar a casa de doña Luisa, yo me encerraba allí, en el despacho, delante de un libro abierto, y no lo miraba; pero no porque soñase o pensase en otras cosas, no. No pensaba en nada; reaccionaba poco a poco, después de frotarme las manos amoratadas, y la mayor parte del tiempo hacía pompas de saliva.Ésta es la pura verdad. Hacía una pequeña pompa entre los labios y la cogía con el rabo del palillero que sostenía en una mano; hacía otra y la cogía con la punta del lápiz, y entonces las juntaba para que se fundiesen en una mayor.Era muy difícil; casi siempre reventaban, pero algunas veces conseguí reunir tres o cuatro.Parece imposible, pero de esto no hace más que unos meses.
Rosa Chacel, Memorias de Leticia Valle